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Los grandes olvidados: Los traductores

 

   Cuántos buenos libros se nos han quedado marcados a fuego en la memoria, ¿verdad? Por su geniales tramas, los giros de guion inesperados, sus arrebatadores personajes, la forma de escribir del autor y su maestría para engancharnos a la obra... Pero, ¿te has parado a pensar en algún momento en aquella persona que tradujo esa historia a nuestro idioma e hizo posible que la leyeras, que levantara en ti la pasión que recuerdas, que te emocionaras tal y como su escritor esperaba conseguir? Porque te voy a asegurar una cosa, traducir no es quitar una palabra y sustituirla por su homónima en nuestra lengua, para nada. Es algo mucho más complejo que eso y has de ser realmente bueno en ello.


   Reconozco, yo el primero, que no, que nunca pensaba en esa figura clave para poder acceder a obras extranjeras. Por eso os propongo un sencillo ejercicio: ¿Podéis decirme el nombre de, seamos benevolentes, solo tres buenos traductores, o al menos el de tu libro no español favorito? Algo me dice que, salvo raras excepciones (y no vale ser familiar o amigo suyo), no vais a pronunciar ninguno.


   Ya lo he dicho antes, no es algo tan fácil como sustituir palabras. De serlo, bastaría con introducir las líneas en el google translate y evitar pagar un sueldo a una persona que va a dedicarle muchísimas horas a este trabajo, que debe conllevar otras tantas tareas para llevarlo a cabo. Entre otras, se me ocurre la obvia lectura completa de la obra para conocerla y entenderla. Pensando en el traductor, me imagino que debe ser un apasionado de la lectura, ¿no creéis? Desde luego, no se obtienen buenos resultados provenientes de una dedicación apática y desganada. Además, acabo de mencionar lo de entenderla. O quizá esté mejor dicho entender al autor y su mensaje. Recordemos que hablamos de un escrito en una lengua distinta a la nuestra, con sus propias expresiones y hasta tono. El traductor, por supuesto, no debería tomarse licencias que desvirtúen lo que el autor quería mostrar, pero ha de ser capaz de llevar esto mismo al lector de forma que pueda entenderlo desde su propia perspectiva. Por poner un solo ejemplo, hace unos días me interné en El último deseo, de Andrzej Sapkowski (sí, me he acercado a ver cómo se escribe para no equivocarme) y en un pasaje identifico un habla tipo... ¿Cómo decirlo para que no se enfaden algunos? En fin, que por las expresiones de cierto personaje, a mi mente me vino que debía haber vivido toda su vida en Murcia (por cierto, un saludo a los murcianos). Al menos, la frase ¡Chacho, tráenos un par de cervezas! no la identifico con otra región... Pero creo que vais comprendiendo a dónde quiero llegar. En el texto original (el autor es polaco e imagino que lo escribiría en ese idioma) deberíamos encontrar un personaje que, al leerlo, se materialice en nuestra mente de la misma forma que ha conseguido José María Faraldo, el encargado de la traducción de esta obra, y ahí radica una de esas características especiales que ha de poseer el traductor. Y es que pasarán los años y recordaré a este alcalde como campechano y muy cercano, con la esperanza de que Andrzej, en polaco, hubiese transmitido lo mismo a sus compatriotas, que no todos habrán venido de turismo a Murcia.


   Hay muchos más aspectos a cuidar, como el uso de sinónimos. Aparte de que esta persona tenga un conocimiento óptimo de la lengua final de la traducción, debe apreciar en cada momento el ambiente en el que se mueven los personajes y el tono con el que se narra lo que viven, para que el personaje que ha de sonar petulante no nos parezca culto, o que una secuencia épica no resulte sosa por un mal uso de las palabras utilizadas. Del mismo modo en aquellas que deban transmitir velocidad y dinamismo, que no terminen resultando pesadas y aburridas.


   ¿Qué me decís también de la sonoridad? No me refiero ya a cancioncillas o poemas, que tiene tela también, sino a la propia melodiosidad de lo que vais a leer, porque también esto es muy importante. Frases rimbombantes donde no deberían existir, o justo al contrario, si el autor en realidad quería en un determinado momento que el texto resultase llamativo, o incluso irritante. Debe llegar al lector de esa manera, no de otra.


   Y ya puestos, la mayoría de los que leéis esto tendréis un mínimo de nivel de inglés y no os sonará a chino el espinoso asunto del verbo To be, que reúne un uno solo lo que para nosotros son otros dos perfectamente diferenciados (ser y estar para los que no saben de lo que hablo), y otros tantísimos y característicos casos de la lengua de Shakespeare, que tendrán su correspondencia en el resto de idiomas del mundo, como la diferenciación de dentro, encima o sobre, etc, etc, etc... que de no traducir de un modo correcto entenderíamos como algo muy distinto a lo que el escritor se refería.


   Tranquilos, no voy a alargar esto más de lo necesario, cuando podríamos escribir otros tantos párrafos más que dedicar a este asunto; sé que me habéis entendido. La figura del traductor no es únicamente imprescindible para acceder a obras en idiomas que no controlamos, sino para que lo hagamos de la misma forma que los que sí lo hacen. Una vez hecha la reflexión, me parece un trabajo muy duro que, sin duda, no valoramos en su justa medida. Pensad que una buena historia sale de la cabeza del escritor, pero tiene que contarla bien, y si en nuestro idioma no está bien contada, nos va a parecer mala, la abandonaremos y nos olvidaremos de ella, cuando el texto original puede ser en realidad una auténtica maravilla. Pensad en ello.





Jorge A. Garrido

   

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