3ª introducción para el concurso "Continúa una escena II"
Tercera y última de mis colaboraciones para dicho concurso. Estrad en Bukus y elegid alguna de las múltiples introducciones que os ofrecen para participar.
No
llevaría más de cinco minutos sentada en la silla de aquel pequeño
bar, situada en la acera y en el extremo izquierdo del resto de mesas
de la terraza, pero ya tuvo que hacer uso de un par de servilletas
para secar las primeras gotas de sudor recorriendo su frente y
cuello. Estaba realmente nerviosa y no hacía sino repetirse a sí
misma que no tenía por qué sentirse de esa manera, que tampoco
estaba haciendo nada malo.
Miraba
hacia todas las direcciones, pasando su mirada por cada persona que
aparecía en su campo de visión. Una señora muy mayor, maquillada
en exceso, tanto que pudiera pasar por payaso, intentaba disimular en
su lento caminar que era consciente de la acción de su minúsculo
perro, mientras éste dejaba un desagradable obsequio al que caminara
por el lugar sin demasiado cuidado. Y unos pocos metros por detrás
de ella vio a un chico en patines, de no más de quince años, que a
punto estuvo de sufrir un terrible accidente cuando pasó un coche a
su lado a toda velocidad.
No
sólo ellos; otras tantas personas llamaron su atención, fuera por
sus acciones, atuendo o, simplemente, por estar allí. Sin embargo,
en seguida desaparecieron todos a su vista, o pasaron a no importarle
en absoluto, cuando a su espalda, en el cuello, sintió un levísimo
roce, el dado con suavidad con el anverso de la mano, o quizá
pasando lentamente las uñas. Además, le pareció oír un casi
inaudible susurro en uno de sus oídos.
La
joven se giró de inmediato, pero allí no vio a nadie. Llamó la
atención del camarero y los dos ocupantes de la mesa más próxima
debido a su rápido y repentino movimiento, aunque no les hizo el
menor caso. Se sentía inquieta y achacó lo que acababa de pasarle a
su extremo nerviosismo.
—¡Vamos!
—murmuró para sí misma—. Es sólo un amigo...
No
lo era. Desde hacía meses, mantenía largas conversaciones diarias,
a través de una de las múltiples redes sociales que frecuentaba,
con un hombre de veintisiete años, dos mayor que ella. En realidad,
si lo pensara detenidamente, no habría sabido decir cómo empezó a
hablar con él, un completo desconocido entonces, aunque pensó que
podría haber sido por su trabajo, cuando se ponía en contacto con
distintos clientes para la distribución del material de oficina que
gestionaba su empresa. Le gustaba la forma tan educada, a la vez de
dulce, con la que le trataba, incluso lo mucho que le hacía reír,
cosa que necesitaba tras la abrupta ruptura con su novio. No fue una
separación fácil después de una relación de varios años en la
que compartieron vivienda y tanto se implicó a ambas familias, pero
llegó un momento en el que él comprendió que ya no la quería.
—Al
menos, fue sincero... —se decía ella en voz baja, ajena a todo
cuanto ocurría a su alrededor mientras deambulaba entre sus propios
recuerdos. Fue de este modo como pasó desapercibido para ella el que
otra persona se sentara a su lado, en la silla que tenía reservada
para alguien en particular.
—Hola
—le saludó, sorprendiéndola al punto de que ella dio un pequeño
salto en su asiento, ante lo cual él sonrió—. Siento haberte
asustado.
Era
él. Pelo corto y moreno, sin barba, ojos marrón claro de mirada muy
intensa y una sonrisa que desde hacía bastante conseguía que ella
se derritiese tras el ordenador, aguantando en aquellos momentos el
tipo cuando sabía que él la miraba.
—N-no...
No importa —dijo tímidamente con un hilillo de voz. Mantenía las
rodillas juntas y las manos muy apretadas encima de éstas, tensa
como pocas veces recordaba haber estado en su vida. En persona le
parecía mucho más guapo y saber que no había nada más que una
corta mesa de bar entre ellos la puso aún más nerviosa.
No
obstante, algo lograría desestabilizarla un poco más, aunque supo
disimularlo. Como unos minutos atrás ocurriera, creyó oír una voz
directamente en su oído, muy claramente su nombre en esta ocasión.
La mujer fue mucho más discreta que entonces y una vez más giró
sobre la silla para buscar a quien la llamaba desde tan cerca y a un
volumen tan bajo, sin encontrar, tampoco ahora, a nadie.
El
chico que tantas ganas tenía de conocer estaba al fin frente a ella,
con su voz cálida y segura, sus sugerentes labios y cuerpo bien
formado, más aún bajo la ajustada camiseta y los pantalones
vaqueros que se había puesto para la cita, pero las sensaciones que
la inundaron tras el extraño susurro no le dejaron disfrutar de su
tan ansiada compañía. ¿Qué diablos había pasado? ¿Qué
significaba aquello? No conocía las respuestas, aunque tampoco
formularía dichas preguntas al que tenía sentado a la mesa; no iba
a estropear el tan esperado momento haciéndole pensar que estaba
junto a alguna loca que de pronto sufría de extrañas sensaciones.
Así, procuró dejar de lado su inquietud y centrarse en él, aunque
no podía negar que, ahora, sentía como si una enorme losa la
empujara hacia abajo desde los hombros, incluso le pareció que los
colores a su alrededor se hubieran apagado un poco, adoptando un tono
más oscuro.
—Quizá
haya sido la comida del mediodía; me ha sentado mal —pensaba,
intentando encontrar una solución lógica a aquello. De todas
formas, vio moverse la boca de él y se dio cuenta de que no estaba
escuchando sus palabras. Tuvo que hacer un gran esfuerzo por
desecharlo todo y centrarse en lo que le iba diciendo.
Jorge A. Garrido
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