1ª Introducción para el concurso "Continúa una escena II"
Aquí os dejo la primera de mis tres colaboraciones con Bukus, una de las introducciones que podréis elegir en su concurso para continuar con un relato o en la que basarse para realizar una ilustración que, de resultar premiado, formará parte de un ebook del cual participaréis en los beneficios de venta. ¿No os llama la atención?
No
importa que mire a un lado o al otro; no queda absolutamente nadie.
Quizá sea mejor así, al menos mientras esta suave brisa se encarga
de secar mis lágrimas. No necesito a nadie a mi lado preguntando qué
me ocurre, ni siquiera soportaría las curiosas miradas de aquellos
que se cruzaran conmigo. Soledad, bendita soledad, al menos durante
unos minutos. Y sí, es posible que más tarde les eche en falta,
pero no ahora.
A
lo lejos oigo un tímido sonido, entre las montañas que se alzan por
encima de la ciudad. Me recuerda vagamente al ensordecedor murmullo
de la multitud que hasta hace unas pocas horas discurría por estas
calles. Los vehículos circulaban con dificultad entre el gentío,
pero sus conductores lograban abrirse paso entre pitos y gritos.
Algunos no tuvieron paciencia y la tensión hizo que los nervios les
cegara la razón. ¿Cuántos fueron arrollados por el furgón azul
oscuro? ¿Siete, nueve quizá? Sea como fuere, perdieron la cabeza,
unos por querer apropiarse de algo que no les pertenecía; otros por
miedo a perder sus escasas posesiones. Todos culpables, mas todos
víctimas también. Nadie, absolutamente nadie quería quedarse
atrás.
A
mis pies veo una sencilla muñeca de trapo. Su pelo anaranjado,
formado por gruesas hebras de lana, hacen juego con el estropeado y
sucio vestido, éste de una única pieza. No se hicieron formas de
manos y pies para su cuerpecito y en su cara tan sólo quedan las
marcas de donde un día estuvieran cosidos los ojos, quizá simples
botones. La
recojo entre mis manos y acaricio su suave mentón. La muñeca no ha
sido más abandonada que los edificios que me rodean, aunque éstos
pronto serán olvidados por cualquiera de los que antes moraban en
ellos. Sin embargo, ¿y el dueño o dueña de esta muñeca? ¿La
sustituirá tan fácilmente por otra? ¿Acaso no sentirá el deseo de
volver para recuperarla? En fin... Lo haga o no, poco importa en
realidad; no volverá la vista atrás, aunque será porque otros así
le obliguen a no hacerlo.
Cae
de nuevo al suelo, quedando tras de mí en cuanto comienzo a caminar,
por supuesto hacia el norte, en dirección a ese débil sonido que en
cualquier momento quedará completamente silenciado, al menos en mis
oídos. Tampoco aspiro a alcanzarlos, no mientras dure su viaje,
aunque sé que es allí donde podré encontrar a la inmensa mayoría.
Desde luego, podría haber algún rezagado, pero muy pocos cogerán
un camino distinto. Somos como borregos, más aún cuando el miedo
atenaza nuestros sentidos. Muy curiosa esta debilidad que nos otorgó
la naturaleza, pues el pánico nos hace reaccionar de manera
instintiva, pero el miedo nos bloquea, posibilita que usemos la
cabeza y éste es el mayor de los errores que podemos cometer cuando
la necesidad nos urge a tomar decisiones para las cuales,
normalmente, no estamos preparados. Por eso todos siguen el mismo
camino, aunque les llevara directamente a la muerte. Necesitan que
otros les marquen una dirección, de ahí que prácticamente ninguno
se saldrá de la fila.
¿Que
por qué sigo aquí, tan lejos del último de ellos? Al ver lo que
sucedía, preferí sentarme al fondo del bar, observando por las
ventanas cómo huían con lo que llevaban encima, dejando atrás
desconocidos, amigos o incluso familiares, pues a muchos poco le
importa el resto de las personas más que ellos mismos. Vi atropellos
y agresiones entre los peatones, lo que me llevó a dejarles marchar
a todos, antes de convertirme en uno más, antes de posibilitar que
un tablón cercenara mi vida con un certero golpe en la sien o caer
al suelo y sentir decenas de pies pasándome literalmente por encima.
Ahora no están y es cuando puedo moverme libremente por estas
calles, evitado así un peligro que nada tiene que envidiar al que
les hiciera emprender dicha estampida.
La
decisión es mía: Continuar tras sus pasos o hacer frente a lo que
me espera en caso de quedarme en la ciudad. No tengo demasiado
tiempo, aunque aún menos esperanzas. Quizá el futuro ya está
escrito y mi elección esté tomada de antemano. Aún así, me
gustaría seguir creyendo que soy dueño de mi destino, creerlo
aunque no estuviera sino engañándome a mí mismo. Ya lo dice el
refrán: Ojos que no ven, corazón que no siente, y he de reconocer
que el mío siente muy pocas cosas en este momento.
Jorge A. Garrido
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